sábado, diciembre 06, 2008

Escape de Redención

La mañana se presentaba tibia. Los autos pasaban raudamente por la autopista mientras mi colectivo quedaba cada vez más atrás. Atrás. Atrás dejaba un pasado manchado, una familia que me rechazó y la nostalgia de lo que nunca volverá a ser.
Mientras ella preparaba el desayuno, él miraba la televisión de reojo. Alternaba una página del diario con algún comentario idiota sobre lo que estaban emitiendo. Y yo estaba allí, contemplando esa escena con ojos llenos de furia, con un fuego contenido en el alma que no se animaba a salir.
Fue entonces cuando ella me dijo que me acercara para ayudarla a preparar las milanesas.
Tomé la cuchilla y la clavé en la mesa. Él levantó los ojos y me rogó que no lo hiciera. De sus ojos brotaban lágrimas sinceras, pero ya era tarde. Arranqué con mis manos temblorosas el cuchillo que aún rajaba la tabla y lo tomé con fuerza. Admito que por un segundo dudé, pero pronto tales sentimientos se disiparon. Mientras su mirada pusilánime se clavaba en la mía, un arranque de furia me tomó por completo y lo hice.
Ella lloraba y no cesaba de gritar. "Cobarde! Cobarde! Mirá lo que hiciste!".
Corrí al cuarto de la pareja y me largué a llorar. "En esta cama me concibieron. Yo no pedí nacer, ¿por qué no lo pensaron antes?". Encendí un fósforo y lo arrojé a las cobijas. Entretanto, tomé las pocas pertenencias que tenía y me largué.
Cuando salí no quise mirar atrás. Temía convertirme en esclava de mi pasado y terminar hecha una estatua de sal, como la mujer de Lot.
"Señorita, se quedó dormida. Acá termina el recorrido".
Agarré mi mochila, bajé de colectivo y partí rumbo a la redención.

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