martes, marzo 18, 2008

Ganadores y perdedores

Cuando nací, aquél 19 de noviembre de 1974 (el mismo año en que Perón murió), nací perdiendo. Mientras mis amiguitos del colegio iban al Italpark, yo iba a ver películas mudas en el cine del Colegio de Escribanos de San Martín. Mientras mis congéneres tenían juegos como el "Juego de la Vida", "Estanciero", yo jugaba al Scrabble. Mientras la mayoría tenía su jueguito Nintendo, yo veía teatro de marionetas para niños, o llevábamos con mi familia las sillas plegables a algún parque para ver "La Traviatta" o "El Conventillo de la Paloma" al aire libre.
Mi infancia no fue común y corriente, porque no escuchaba ni Menudo ni Tremendo. En casa se escuchaban cosas más "progre" como Serrat, Victor Heredia o la Negra Sosa. Y - quiérase o no - no tener una infancia "común" a veces me dejó en desventaja en algunas conversaciones. Es feo admitir que uno no conoció el Italpark, porque al Italpark sólo no podían ir los muy pobres. En mi caso, creo que fue una actitud "anti capitalista" o puro "amarroque".
Crecí. Y al crecer, crecen muchas cosas además de la cabeza. Y hay que aprender a caminar por la vida con culo y tetas... pero una cosa es hacerlo a los 15 y otra a los 12. Mi época de ir a bailar fue en los 80 (y envídienme, yo sí bailé lentos!). Los lentos eran la salvación de los perdedores, créanme que he degustado frutas que otras rechazaron por "lindas". El mecanismo era más o menos el siguiente: una entraba en el boliche, veía más o menos en panorama, los chicos que estaban en la barra... Pero esos eran inaccesibles. Y siempre parecía que la última palabra la tenían ellos: elegían, hacían, deshacían, parecían reyes o como mínimo jeques árabes con un harén a su alerededor, dispuesto a cumplir los deseos de sus amos. Nunca estuve con un flaco de esos.
Pero en los lentos... ahhhh! El que no había cazado nada antes, le daba lo mismo cualquier cosa. La cuestión era besar a toda costa. Me he comido lindos carocitos, carocitos de una noche porque después no pasaba nada. Y encima, para empeorar las cosas, yo no tenía teléfono.

Seguí creciendo y mi vida está llena de anécdotas graciosas, difíciles, tristes, alegres, desopilantes. Y soy consciente de que son más las veces que perdí que las que gané, pero si no hubiera apostado, nunca habría perdido. Siempre tuve que remarla, lucharla, en todas las relaciones, como si las parejas que buscaba estuvieran tomándome un "examen de merecimiento de amor". Amé, y mucho. También me amaron, mucho, a su manera también. Fui incondicional, leal, amiga de mis parejas, buena para escucharlos, acompañarlos, ayudarlos. Siempre creí que la diferencia se hacía en pequeñas actitudes , que las cosas se hacían de a dos, que los dos teníamos que sacrificarnos y trabajar a la par para conseguir lo que quisiéramos.

Más de una vez me comí desaires injustos y cortes inexplicables, lo que me hace muy perdedora. Con excusas del tipo "no sos vos, soy yo", "no estoy preparado para una relación y vos sos una mina para tener una familia", "me encantaría que fueras mi mujer... si yo no fuera casado", "me gustan los hombres y las mujeres. En realidad, me gustan las personas", "En este momento soy un monje budista dedicado a mi trabajo y no estoy en condiciones de tener una relación, al menos en este momento", "No estoy mentalmente preparado después de mi separación." Pero lo curioso es que toda esta manga de confundidos no se confunden a la hora de ir a la cama. Ahí son todos campeones, ganadores, la tienen re clara y se llevan el mundo por delante.
Y, al menos yo, soy de pensar... ¿en qué fallé? ¿qué fue lo que no le di? ¿lo traté mal? ¿le exigí casamiento? ¿le pedí formalizar?.

Y, créase o no, a toda esta gente linda que se cruzó en mi camino les doy las gracias por haberme hecho crecer, porque a partir de todas esas caídas yo no fui la misma, empecé a analizar todo y a todos, y gracias a ellos no creo más en el amor incondicional, no creo más en los cuentos de hadas, ni en príncipes azules, ni medias naranjas, ni amores perfectos, ni en el dia de San valentín, ni en el día de la novia, ni en el día de Mongo Aurelio. Pero creo en mí, y creo en mi amor, en la manera en que me entrego a cada persona, en mi incondicionalidad, en mi compañerismo y en mi energía. Antes, lamentablemente, creía que necesitaba a alguien para depositar todo ese amor, que mi vida tenía sentido sólo queriendo a alguien.

¿Yo perdí? Si. Perdí. Como vengo diciendo, soy una gran perdedora. Deposité esperanzas, sueños, ilusiones en gente que a lo mejor no lo merecía. Pero también gané, porque sé que lo que hice fue de corazón. ¿Cómo sé eso? Fácil. Los "ex", las "ex historias" siempre están volviendo a través de un mail, o de una llamada, para preguntarte cómo estás, qué es de tu vida, si te casaste, si estás sola. Algunos te cuentan que después de algunos años se acuerdan de vos por algo que les dijiste que les quedó marcado, otros porque se acuerdan que mientras vivimos "eso" nos reíamos mucho y la pasábamos bien, otros porque se acuerdan de mis payasadas... y otros se acuerdan porque hicieron una mala elección y hoy están pagando las consecuencias, o están aprendiendo a lidiar con esa elección. Y te dicen "es que yo era muy pendejo y no me daba cuenta", "la verdad es que vos no me habrías hecho problema por esa estupidez"...
Lo importante es que se acuerdan de esta perdedora. Lo que no me hace taaaaan perdedora, porque si el objetivo de todo ser humano en la vida es ser recordado por sus actos y BIEN, creo que parte de mi misión en este mundo está cumplida.

Más perdedora sería si nadie se acordara de mí...