miércoles, abril 01, 2009

Sobre la muerte y el morir


Rubem Alves

¿Qué es la vida? Más exactamente, ¿qué es la vida de un ser humano? ¿Qué es lo que la define? Ya le tuve miedo a la muerte. Hoy no lo tengo más. Lo que siento es una tristeza enorme. Concuerdo con Mario Quintana: "Morir, ¿ qué me importa? (...) La cuestión es dejar de vivir". La vida es tan buena! No quiero irme...

Eran las 6 de la mañana. Mi hija me despertó. Tenía 3 años. Me hizo entonces la pregunta que nunca hubiera imaginado: "Papi, cuando te mueras, ¿vas a extrañar?". Me quedé mudo. No sabía qué decir. Ella entendió y vino a mi auxilio: "No llores, que yo te voy a abrazar..." Ella, una nena de 3 años, sabia que la muerte es en donde habita la nostalgia.
Cecília Meireles sentía algo parecido: "Y me quedo imaginando si después de tanto navegar al final se llega a algún lugar...El que es, quizás, hasta más triste. Ni barcos ni gaviotas. Apenas sobre humanas compañías... Con qué tristeza el horizonte avisto, cercano y sin recurso. Qué pena que la vida sea sólo esto..."

Doña Clara era una viejita de 95 años de Minas. Vivía una religiosidad calma, sin culpas ni miedos. En la cama, ciega, la hija le leía la Biblia. De pronto ella hizo un gesto interrumpiendo la lectura. Lo que ella tenía para decir era infinitamente más importante. "Hija mía, sé que mi hora se acerca... Pero, qué pena! La vida es tan buena..." Pero tengo mucho miedo a morir. El morir puede venir acompañado de dolores, humillaciones, aparatos y tubos metidos en mi cuerpo, contra mi voluntad, sin que nada pueda hacer porque ya no soy más dueño de mí mismo; soledad, nadie tiene valor o palabras para que tomando mi mano hablemos de mi muerte. Miedo de que ese paso sea demorado. Bueno sería si, después de anunciada, la muerte llegara de forma calma y sin dolores, lejos de hospitales, rodeado de seres queridos, rodeado de visiones de belleza. Pero la medicina no entiende. Un amigo me contó los últimos días de su padre, ya viejito. Los dolores eran terribles. Le era insoportable el sufrimiento de su padre. Entonces se dirigió al médico: "¿No podría aumentarle la dosis de analgésicos para que mi papá no sufra?" El médico lo miró severamente y le dijo: "¿Usted me está sugiriendo que le practique la eutanasia?"
Hay dolores que tienen sentido, como los dolores de parto: una nueva vida está naciendo. Pero hay dolores que no tienen ninguno. Su anciano padre murió sufriendo un dolor inútil. ¿Cuál fue la ganancia? Que yo sepa, sólo la conciencia tranquila del médico, que durmió en paz por haber hecho aquello que la tradición mandaba, tradición a la que frecuentemente se le da el nombre de ética.

Otro viejito querido, de 92 años, ciego, sordo, todos los esfínteres sin control, en una cama. De pronto, un hecho feliz. Su corazón se detuvo! Seguramente fue su ángel de la guarda, que así le ponía un punto final a su miseria! Pero el médico, movido por los automatismos habituales, se apuró en cumplir con su deber: cruzó sus brazos sobre el viejito y lo hizo respirar de nuevo. Sufrió inútilmente dos días más antes de tocar su acorde final. Me dirán que es deber de los médicos hacer todo lo posible para que la vida siga. También yo, a mi manera, lucho por la vida. La literatura tiene el poder de resucitar a los muertos. Con Albert Schweitzer aprendí que "honrar la vida" es el supremo principio ético del amor. Pero, ¿qué es la vida? Más exactamente, ¿qué es la vida de un ser humano? ¿Qué es lo que la define? ¿El corazón que continúa latiendo en un cuerpo aparentemente muerto? ¿O serán los zigzags en los videos de los monitores, que indican la presencia de ondas cerebrales? Confieso que, en mi experiencia de ser humano, nunca consideré la vida bajo la forma de latidos de corazón u ondas cerebrales. La vida humana no se define biológicamente. Somos humanos mientras en nosotros existe la esperanza de la belleza y de la alegría. Muerta la posibilidad de sentir alegría o de disfrutar la belleza, el cuerpo se transforma en la cáscara vacía de una cigarra. Muchos de los llamados "recursos heroicos" para mantener con vida a un paciente son, desde mi punto de vista, violencia al principio de "honrar la vida". Porque, si los médicos oyeran el pedido que hace la vida, la escucharían diciendo "Libérame".

Me conmovió el drama del joven francés Vincent Humbert, de 22 años, ciego desde hace tres años, sordo, mudo, tetrapléjico, víctima de un accidente automobilístico. Se comunicaba por medio de un único dedo que podía mover. Y fue así que escribió un libro en el que decía: "Morí el 24 de septiembre de 2000. Desde aquel día, no vivo. Me hacen vivir. Para quien, para qué, no lo sé..." Imploraba que le dieran el derecho a morir. Con las autoridades movidas por las tradiciones y las leyes se negaban, su madre le cumplió el deseo. La muerte lo liberó del sufrimiento.

Las Sagradas Escrituras dicen: "Todo tiene su tiempo. Está el tiempo de nacer y está el tiempo de morir". La vida y la muerte no son opuestas. Son hermanas. "Honrar la vida" exige que seamos sabios para permitir que la muerte llegue cuando la vida se quiere ir. Llegué a sugerir una nueva especialidad médica, simétrica a la obstetricia: la "muerenterapia", el cuidado dispensado a los que se están muriendo. El objetivo de la "muerenterapia" seria cuidar la vida que se prepara para partir. Cuidarla para que sea en paz, sin dolores y rodeada de amigos, lejos de Unidades de Terapia Intensiva. Hasta encontré a la patrona para esta nueva especialidad: la "Pietà" de Miguel Ángel, con Cristo en sus brazos. En los brazos de aquella madre el morir deja de causar miedo.

Texto publicado en el diario“Folha de São Paulo”, Caderno “Sinapse” del día12-10-03. fls 3.

A mamá.
Analia, 31/03/09

1 comentario:

Claudio Fimiani dijo...

Muy lindo, Ana.
Y coincido totalmente con esa visión.

Gracias!

Un abrazo
Klau